miércoles, 27 de agosto de 2008

Cobertura

UNA FIESTA HABITUAL

Los Gardelitos volvieron a La Plata, pero igual que la última vez: sin nada nuevo. Igualmente, regalaron lo mejor de su repertorio.
Pogómetro --> 75%

El día que me enteré que Los Gardelitos volvían a La Plata tuve una sensación ambigua: por un lado me alegró porque es una de las bandas que más prolijas suenan en vivo y se genera un ritual debajo del escenario pocas veces repetido; pero por otro lado me extrañó y mucho saber que tocarían en El Rey, lugar donde sólo caben alrededor de dos mil personas, mucho menos que en Atenas, lugar donde esta banda toca cada vez que pasa por nuestra ciudad desde hacía ya varios años.
Pero reflexionándolo en frío y constatándolo una vez que llegué al lugar me di cuenta la razón fundamental: descontando su disco Ahora es nuestra la ciudad (grabado en el 2006 en el estadio Obras) hace 4 años, poco tiempo antes de la desaparición física del fundador Korneta Suárez, que no se conoce nada nuevo de los creadores del Rock Sudaka. Y mal o bien, esto produjo una merma en el público que prefiere esperar a escuchar algo más bien novedoso, quizás sufriendo el agotamiento que tiene el espectáculo.
Con esto intento conocer la razón por la que poco menos de mil personas había llegado a las nueve de la noche, hora anunciada para el comienzo del show y que la banda cumplió a rajatabla. Tal vez acostumbrado a otra puesta en escena, en lugares más amplios, me sorprendió no ver nada en lo correspondiente a la escenografía. Tan sólo el logo tradicional en la batería de Horacio. Ellos, vestidos como lo hacen siempre: uniformados con sus típicos trajes negros a rayas muy finas en un tono grisáceo.
Novelas mexicanas fue el tema elegido para comenzar la noche, en un salsódromo donde después de mucho tiempo se permitió el ingreso de banderas, colgadas en su mayoría contra las paredes y la escalinata, y un par adecuadamente bajadas por haber sido atadas a un cable (con el peligro que esto conlleva). En segundo lugar sonó Nadie cree en mi canción, para comenzar a levantar un público que de a poco iba aumentando en cantidad y en pogo.
Para subrayar nuevamente es la prolijidad con la que esta banda se desempeña sobre las tablas, llegando a tocar más de cinco temas pegados, si un mínimo corte para refrescarse o acomodar sonidos. Y es que, aunque no sean tan reconocidos, los tres son terribles músicos. Horacio, quien está alrededor de los 50 años, le da a los parches con la fuerza y la energía de un pibe de 20; su hijo Martín acompaña su desplazamiento sobre el escenario con grandes momentos de bajo, tocado con la yema de su dedo índice; y Eli, hijo del creador Korneta, es uno de los mejores guitarristas de la Argentina con algo muy importante: sobriedad. En ningún momento juega con su guitarra ni hace alarde de sus dotes: sólo se dedica a tocar y siguiendo el ritmo de los temas.
Casi en la mitad de la lista, como para separar los dos tramos del show, Los Querandíes hizo explotar el pogómetro, sin nadie que no saltara al menos unos segundos. Es que, junto con Gardeliando, son temas emblema de la banda, especialmente por su letra dedicada a los verdaderos propietarios de la tierra que habitamos.
Ningún tema nuevo, más allá de los grabados por primera vez en el disco en vivo; ninguna referencia hacia el documental que estaban grabando con Adrián Caetano; tampoco sobre el juicio por Cromañón, excepto una mención a Callejeros (muy ovacionada) en medio de Los chicos de la esquina. En síntesis, muy pocas palabras de un Eli casi irreconocible por su extensa cabellera y su barba tupida, sólo diferenciable con la de su padre por carecer de canas.
Para el final, cuando el lugar sorpresivamente por el horario ya estaba casi lleno, quizás por algún retraso de los que venían de la Capital, quedaron como siempre los bises: un tridente de temas explosivos como La calle es un espejo, Llámame y Monoblock arrancaron los últimos pogos de una noche que, como era de esperar, terminó a las puntuales 23 horas, con una despedida atípica: varios bombos con estilo murguero hicieron su ingreso con las luces ya encendidas y enarbolando una bandera de unos 10 metros para darle un cierre festivo.
Los Gardelitos es de esas bandas que no defraudan. Arriba del escenario se destacan por su profesionalidad y su carisma en base a la música. Pero tal vez sea el momento de dar un golpe de efecto con algo nuevo, para que este estancamiento temporal, luego de haber llenado el estadio auxiliar de Ferro y cerrado dos años seguidos en Cosquín, no sea el comienzo de una serie de pasos hacia atrás. Y potencial tienen. Si lo aplican, recuperarán ese público tan fiel que supieron cosechar.
Martín "Intruso" Burgos

DUELE UNA BOCHA

Alejandro Sokol fue miembro en la primera época de Sumo como bajista y baterista. Tras la muerte de Luca Prodan, se reunió con Germán Daffunchio para armar Las Pelotas. En abril de 2008, Sokol tocó por última vez con la banda en el Quilmes Rock. Luego se dedicó a su nuevo proyecto, El Vuelto S.A junto a su hijo. El 12 de enero sufrió un paro cardíaco en Córdoba. Tenía 48 años y el 30 de enero cumplía 49. Te invitamos a escuchar las charlas que El Bocha tuvo con Atenea. Nota Junio 2007: "Mi banda es Las Pelotas" Nota Junio 2008: "Con El vuelto hago temas de Las Pelotas que son de mi autoría, pero son versiones nuevas"